25 abril 2006

El cuidado de nuestros mayores

Sin embargo, la competencia profesional por sí sola no basta. Nuestros mayores necesitan siempre algo más que una atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad, atención cordial.

 

En los últimos años, y sobre todo en los países occidentales, la salubridad pública y los avances de la medicina han provocado un cambio en la pirámide de población. Hoy se da una mayor supervivencia de personas que, por enfermedad, hace sólo una generación habrían fallecido. Actualmente, los estudios demográficos nos indican que la proporción de personas de 65 y 70 años es la más alta en la historia. La longevidad es una realidad y que interesa y preocupa, especialmente a las familias. En la actualidad la función que desempeñan muchos de nuestros mayores, los servicios múltiples que prestan a la familia y a la sociedad, y su testimonio de vida, son dignos de alabanza. Sin embargo, no debemos olvidar que también entre los mayores hay no pocos acorralados por la decrepitud de la edad, incapaces de valerse por sí mismos o que viven en la soledad aun estando rodeados de personas y que necesitan una atención o unos cuidados especiales.

Por otra parte, se ha producido un cambio sociológico importante en el ámbito individual y familiar. La igualdad de roles de género, la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar, el reducido número de miembros adultos en cada familia y el descenso de la natalidad han ido creando familias de tamaño mínimo, donde todos sus miembros están comprometidos en un horario laboral o educacional. El tradicional concepto de la familia como célula de la sociedad se ha ido trasformando en una sociedad casi de individuos en detrimento de la familia, que ha ido perdiendo permanencia, identidad y posibilidades de ayuda. Ello ha creado una situación crítica para muchas personas mayores incapacitadas al faltar una comunidad familiar más amplia y estable que les pueda apoyar y sostener de forma solidaria.

El cuidado de los mayores en la familia actual es problemático ya que implica una dedicación importante de tiempo, energía y gastos. Es una situación en la que suele darse más de lo que se recibe y, además, suele ser una actividad que no se ha previsto y para la que no se ha sido previamente preparado. A menudo, la impericia, la depresión el agotamiento... constituyen un verdadero síndrome que azota a las familias, especialmente a los miembros que cuidan más directamente de los mayores y de las personas dependientes. Por ello hay que conseguir que el cuidado de las personas mayores se planifique en grupo, no se haga sólo. Buscar apoyo, pedir mejoras a las administraciones y empresas privadas para poder compaginar trabajo y vida familiar, en cada situación concreta, es una necesidad urgente en la sociedad de hoy.

Es verdad que actualmente, ante esta necesidad de cuidar de nuestros mayores y suplir sus deficiencias físicas e incluso mentales, hay numerosas formas de colaboración, tanto por parte de las entidades estatales como eclesiales: Osakidetza, Servicios Sociales, Cáritas, Pastoral de la Salud, Asociaciones de Familiares... Los servicios Sociales gestionan ayudas a domicilio, en Centros de Día o en residencias permitiendo prevenir y combatir los sentimientos de indefensión de la familia. La Pastoral de la Salud atiende de manera especial a los más necesitados a través de un acompañamiento humano y cristiano. La Asociaciones de Familias posibilitan contactar con otras familias y compartir con ellas experiencias comunes... Otro apoyo importante es el de los profesionales de la salud. Los médicos, auxiliares y enfermeras que mantienen informados a la familia sobre el curso de la enfermedad, además del cuidado de los mismos. Y los psicólogos y psiquiatras que ayudan a la familia a vivir la situación desde un nuevo enfoque para prevenir los síntomas de depresión y ansiedad.

Sin embargo, la competencia profesional por sí sola no basta. Nuestros mayores necesitan siempre algo más que una atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad, atención cordial. Y esta es la labor primordial que ha de prestar la familia a sus mayores. Además, esta labor familiar es una escuela de vida para los jóvenes ya que educa en el amor y enseña a estar dispuestos para dar, no sólo algo, si no para darse a sí mismos. Hay jóvenes que descubren que los mayores necesitan de ellos y encuentran la felicidad dando un poco de su tiempo. Los mayores valoran y agradecen que los jóvenes pierdan su tiempo con ellos. Además, es una forma de enfrentarse con la realidad que se encontrarán ellos mismos cuando sean mayores. Muchos otros aspectos son claves en el cuidado de los mayores. Pero hay uno que es de suma importancia: No desestimar las ayudas que se pueden recibir ni las que sirvan para prevenir. No hay que olvidar que hay que cuidarse bien para cuidar a los demás.

Al escribir estas líneas, se me agolpan en la cabeza los rostros y los nombres de una comunidad de ancianos, de algunos de sus familiares y del grupo de asistentas (y lo digo en femenino porque mayoritariamente son mujeres) del Centro Residencial Sanitas de Miramón. Desde la Pascua del año pasado, un equipo de voluntarios de la Pastoral Sanitaria, hemos compartido con los ancianos nuestra vida y nuestra fe cristiana. Han sido muchas las vivencias acumuladas y que no es fácil contarlas. Cada uno tiene su historia, su dolor, su gozo y al final su sonrisa agradecida. Ha sido una experiencia en verdad positiva. Una oportunidad para reflexionar sobre esta edad de la vida que interesa a muchos y preocupa a no pocos. Una edad que requiere el cuidado del entorno humano, el entorno familiar, cultural, religioso, etcétera. Su influencia es fundamental en la vida de la persona hasta sus últimos años.

 

 

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