02 agosto 2006

Violencia más allá de los 70

De cada diez casos de maltrato a ancianos sólo trasciende uno, y la mayoría ocurre en el ámbito familiar.

EL maltrato a los mayores es un fenómeno cada vez más presente. Sucesos de este tipo se cuelan con mayor asiduidad en los medios de comunicación, donde a pesar de todo ocupan espacios menores si se compara con otras noticias similares. Se trata de una violencia desconocida para la mayor parte de la opinión pública, que cuenta con la complicidad de la propia víctima debido a que en la mayoría de las ocasiones no se atreve a denunciar su precaria situación.

Todo empieza con un empujón, un grito o un simple desprecio. Muchas veces sin ser conscientes de ello ni agresor ni agredido, que entran en una espiral de violencia que desemboca en terribles secuelas o en la muerte. La violencia contra los más mayores no es un fenómeno nuevo, pero en la actualidad los casos están aumentando de forma acelerada. Cada vez más personas mayores de 65 años sufren malos tratos, pero muy pocos se atreven a denunciarlos. Así lo asegura el doctor Rafael Rodríguez, uno de los responsables de la Sociedad Española de Medicina Rural y Generalista y experto en el tema. Según Rodríguez asistimos a un «fenómeno iceberg» y los datos lo respaldan: de cada diez casos solo trasciende uno y en la mayoría de ocasiones no llega a ser denunciado.

Conciencia del daño

Muchas variables explican esta difícil situación. En la mayoría de las ocasiones el maltrato se da en el seno familiar y casi siempre el maltratador no es consciente de la violencia que está ejerciendo sobre el agredido. Los ancianos se encuentran en una difícil diatriba, condicionados por la situación y el afecto que profesan al agresor. Los casos son muy difíciles de detectar y manejar. Por ello, las personas que tienen conocimiento de ellos se inhiben.

La socióloga Rosalía Mota afirma que los ancianos pocas veces se atreven a expresar sus problemas y «cuando lo hacen son ninguneados y sus quejas minimizadas». Además, cuando un agredido pone su caso en manos de las autoridades se encuentra solo y desamparado porque todavía -y a diferencia de lo que sucede en los casos de violencia infantil y de género- los cauces de acogida para los mayores no están apenas desarrollados.

Los perfiles

A pesar de que la mayoría de casos de agresiones a ancianos que se conocen tienen que ver con violencia física existen otros tipos más sutiles e igualmente dañinos. El psicológico es uno de los más extendidos. Consiste en humillar, intimidar y amenazar. También crecen los casos de maltrato relacionados con la economía. Se registran cuando una persona maneja sin consentimiento las propiedades de un anciano dependiente buscando su propio beneficio. El abandono, el descuido y el aislamiento son otras formas de maltrato que están a la orden del día. Todo este tipo de agresiones minan la moral de los mayores, acelerando su deterioro y potenciando sus problemas físicos.

El perfil del agresor suele estar bastante definido. En el 80% de los casos es un hombre y suele ser hijo o yerno de la víctima. En un 40% el maltratador consume algún tipo de sustancia tóxica. A todo esto hay que unir un nivel cultural bajo y un historial de violencia dentro de la familia.

Por su parte, las víctimas suelen ser mujeres de edad muy avanzada y que sufren una fuerte dependencia para desarrollar sus necesidades básicas. También las demencias y la presencia de conductas difíciles que pueden estresar al cuidador explican muchos casos de agresión.

Entorno hostil

Pero la violencia no sólo se da en el entorno familiar. Muchos mayores la sufren en otros lugares, como centros asistenciales, en las que el personal u otros ancianos pueden desarrollar conductas hostiles. Para la socióloga Rosalía Mota estas actitudes se explican porque «la violencia como forma de guiarnos y como forma de comportarnos con los demás está profundamente instaurada en todos y cada uno de nosotros». Además, Mota apunta al «imaginario que tenemos asociado a nuestros mayores». Los prejuicios tanto positivos como negativos que se imponen al colectivo de la tercera edad pesan mucho en nuestras acciones.

Tanto Rafael Álvarez como Rosalía Mota no dudan en señalar que la causa principal de toda esta problemática es la evolución que está siguiendo la sociedad. «Cada vez nuestros proyectos de vida son más individualistas y tienen menos en cuenta al otro. Si además ese otro tiene problemas, encontramos la excusa ideal para excluirlo», afirma Mota. Para Álvarez, la clave está en que se ha perdido el respeto que antes se le profesaba a los mayores: «Antes la figura del abuelo era respetada y querida y ahora apenas se le tiene en cuenta».

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