24 febrero 2006

Cambios sociales del anciano

... el anciano deja de encontrar sentido a su vida y sólo puede optar por la resignación o por intentar aliviar esta carga, intentando mejorar con los medios que tiene a su disposición los años que aún le quedan de vida.

Uno de los principales problemas de los ancianos es la soledad. Con el envejecimiento se producen una serie de cambios dentro de las relaciones sociales de cada persona que van aflojando o eliminando vínculos afectivos que tal vez se necesitan especialmente durante esta época de la vida.

Poco a poco, los ancianos sufren la pérdida por fallecimiento de su pareja, de otros familiares allegados, de sus amigos e incluso, a veces, de sus propios hijos, con lo que se añade al dolor de la muerte de un ser querido, una progresiva situación de aislamiento afectivo. Además, cada fallecimiento les recuerda, por así decirlo, que pronto pueden ser ellos quienes mueran. Por otro lado, los vínculos con los hijos, ya adultos e independizados en la mayor parte de los casos, se suelen debilitar progresivamente con la edad, de modo que los ven con escasa frecuencia, sintiéndose cuando conviven con ellos como una «carga». En la actualidad no es raro que el anciano se mude frecuentemente desde el hogar de un hijo hasta el de otro, sintiéndose, al transcurrir un poco de tiempo, inútil y desplazado, lo que se suma a la situación de desarraigo que este tipo de situaciones implica. En otros casos se ven prácticamente obligados a alojarse en asilos o residencias geriátricas donde les resulta difícil adaptarse a unas normas que no han seguido a lo largo de toda su vida. Tampoco les resulta fácil a un buen número de ellos establecer nuevas relaciones de cierta profundidad con las personas que conviven a su lado, a pesar de su aislamiento afectivo, ya que no pocos tienen dificultades en el terreno de la integración socioambiental.

Como resultado de todo este tipo de factores de índole social, afectivo y relacional se acumulan situaciones existenciales en las que predominan, con mayor frecuencia que en otras épocas de la' vida, las vivencias de desarraigo y abandono, de falta de expectativas cara al futuro, de soledad, aburrimiento, inutilidad y de frustración afectiva, que pueden conducir a situaciones de intensa desesperanza y de fracaso existencial. En estos casos, el anciano deja de encontrar sentido a su vida y sólo puede optar por la resignación o por intentar aliviar esta carga, intentando mejorar con los medios que tiene a su disposición los años que aún le quedan de vida.

Si consideramos junto a los factores anteriores, la frecuencia de enfermedades corporales, la pérdida progresiva de prestigio, poder social y adquisitivo, la inactividad e incluso la hostilidad de una sociedad cada día más favorable a la eutanasia, se puede comprender perfectamente que los ancianos tiendan a refugiarse en su pasado, ya que en muchos casos es lo único que les queda, pues el presente y el futuro pierden su valor frente a lo que ocurre con los jóvenes.

Es comprensible bajo estos puntos de vista que sean los ancianos las personas entre las que se acumulan mayores índices de depresión y de suicidios. Son muchos los que no desean vivir en esta situación y desean la muerte a la que se anticipan, con mucha más frecuencia que en otras edades, por sus propios medios. No obstante, la vejez puede ser una época de la vida tan feliz como las otras. Todo depende en muchos casos del propio proyecto de vida elaborado y desarrollado con anterioridad, que puede llegar a su culminación durante los últimos años de la vida. Muchas personas que han destacado por su equilibrio emocional y por una actividad gratificante, diversificada e intensa, gozan de suficientes instrumentos como para abordar satisfactoriamente el proceso del envejecimiento, y en especial aquellos que, a lo largo de su vida, han sido capaces de establecer vínculos afectivos suficientemente numerosos y profundos. J. H.

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