Una vez, alguien me dijo que presumo de ser inmigrante como los que presumen de haber sido pobres o de haber pasado hambre en
Hace unos días fui a renovar mi permiso de residencia permanente. Los que no somos inmigrantes comunitarios (de la UE) debemos pasar por esta peripecia burocrática en los edificios de la antigua cárcel de Carabanchel, que se encuentra en la avenida de los Poblados, digna de ser conocida como avenida de los Despoblados. Supongo que para humanizarla un poco, pintaron las paredes del antiguo penal de amarillo y azul. Tiene un patio de unos quinientos metros cuadrados. El edificio donde se entrega la documentación está rodeado de un patio mucho más pequeño, cerrado por una valla de dos a tres metros, y vigilado por agentes de Policía. Lo que iba a ser una mera formalidad se convirtió en una pesadilla.
Había recibido una notificación para presentarme tal día entre las 9,00 y 13,00 o las 16,00 y las 18,00 horas. La antigua cárcel domina el vacío urbanístico y se percibe desde muy lejos, así como una cola de solicitantes que circunda el edificio y se prolonga indefinidamente a lo largo de
A pesar de la larga espera a pleno sol (entre las 14,00 y las 16,00 horas, las vallas se cierran mientras los funcionarios almuerzan, pero nadie abandona la cola), la gran mayoría parece feliz porque va a obtener su primer permiso de residencia. Después de ocho horas en el patio, bajo el sofocante calor madrileño, me recibió una funcionaria, cuando el reloj estaba a punto de dar las 18,00 horas. A ella le pareció que mi documentación no estaba completa. Intenté explicarle que se equivocaba, y me interrumpió frenética: «¿Quiere callarse o irse a la calle?». «Irme -dije-, porque es inútil tratar de esto con usted». Acudí a su jefe y éste reconoció que el error era de su subordinada. En fin, tras casi nueve horas de espera, me tomaron la huella, y, dentro de cuarenta días, intentaré retirar mi tarjeta de residente.
No cuento esta experiencia por narcisismo herido. Creo que es el paradigma del trato que reciben los inmigrantes en Carabanchel. No se trata sólo de antipatía o falta de educación de tal o cual funcionario xenófobo o harto de su trabajo. Me parece mucho más importante y significativo el contexto. La antigua cárcel de Carbanchel y su patio son la metáfora de la política migratoria actual de un gobierno empecinado en la regularización masiva e indiscriminada de los inmigrantes. Un Estado que no exige nada a un individuo a cambio de su derecho de residencia no contrae obligación alguna hacia ese mismo individuo. De ahí el trato arbitrario y humillante que le dispensa. La política de papeles para todos, además de ser irresponsable, revela la inexistencia de criterios básicos sobre los derechos y deberes del residente. Sólo a la masa indiferenciada (y no a los individuos) se le puede tratar como se le trata en Carabanchel.
La decisión de la regularización masiva esconde la falta de un proyecto serio y responsable sobre
La experiencia, sin embargo, demuestra que los tipos de inmigrantes cuentan más que los modelos de integración. Existen los que quieren sinceramente integrarse y los que no están interesados en absoluto en ello y sólo buscan beneficiarse de las ayudas y servicios del Estado anfitrión. Los primeros superarán los obstáculos y se convertirán, a la larga, en ciudadanos dignos de tal condición. Pero nadie les quitará la amargura de sus primeros escarceos con una administración despectiva. A los segundos, no creo que el modelo ilustrado por la antigua cárcel de Carabanchel les haga variar en lo más mínimo sus prejuicios oportunistas. No es cuestión de que el Estado ofrezca idénticos derechos a ciudadanos y residentes, pero el servicio público debería estar investido, también ante los inmigrantes, de la dignidad suficiente para que éstos aprecien la superioridad ética del Estado democrático respecto al campo de refugiados.
POR MIRA MILOSEVICH (Profesora e investigadora del Instituto)
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