Hace unos dias, paseando por el parque y al pasar por la zona destinada para que las personas mayores puedan realizar algun ejercicio físico, ví como un señor de edad avanzada, descabalgando de su silla de ruedas, encaraba las paralelas y con más voluntad que acierto, comenzaba su particular calvario progresando a través de las barras colocadas en el suelo, ayudado por su acompañante y cuidadora de inequívocos rasgos sudamericanos.
Me causó impacto la voluntad del anciano y elucubré cual sería su pasado. Lo ví con sesenta años menos jugando al fútbol, haciendo footing, nadando por nuestras playas y disfrutando de una juventud practicando deportes, porque a fé mia, que si nuestro entrañable abuelete no tuviera un pasado deportivo, no creo que en la actualidad le quedaran ganas de encararse con esos artilugios tan bién colocados hace tiempo, por nuestro Ayuntamiento.
En las edades más altas, el mantener actividad, hacer ejercicio moderado y sobre todo andar mucho, aumenta la calidad de vida. Se disfruta de una salud soportable, con una agilidad discreta, desaparece la tendencia natural al aumento de peso, mejora el carácter, se hace uno más risueño y más simpático. En una palabra, se puede ser más feliz. Los casinos, el dominó, las partidas de cartas y el sillón-ball nos hacen más viejos. Si como un añadido mágico comemos con moderación y nos olvidamos del tabaco y del alcohol, el éxito será completo.La obesidad es el azote de nuestro tiempo. Hay que hacer una dieta equilibrada. El gran error es privarse de alimentos indiscriminadamente, pues todos son necesarios y el secreto está en que no falte ninguno, pero en las cantidades adecuadas. Nuestra dieta mediterránea es la ideal. Se buscan regímenes milagrosos que solo son engañabobos, sin valorar la regla de oro que no tiene vuelta de hoja. Si ingresas más calorías que consumes, aumentas el peso, y si ingresas menos, lo pierdes. El ejercicio, que aumenta el gasto de calorías, es la gran ayuda del metabolismo.
Tenemos una media de vida que ya alcanza los ochenta años y es muy probable que durante el siglo que acaba de empezar, como aquel que dice, cumplir los cien años sea una cosa frecuente. Hasta hace muy poco, llegar a esta cifra era un hito asombroso y a partir de ahora, quizá sea bastante común ver en las necrológicas de la prensa las esquelas de personas que finalicen así su andadura. Esto que vá para los usuarios de la “edad de oro”, debe ser un aviso cariñoso para todas las edades. Desde la infancia hay que alisar los caminos que conducen a la senectud. Es la mejor manera de morirse “sano”. Por eso me causa tristeza la soledad de los aparatos del parque. Su silencio está llamando a gritos. Están esperando pacientemente, pero no tienen personal que se acuerde de éllos. El coronel no tiene quien le escriba.....
Hay que desterrar la idea que después de la jubilación, a la que todos aspiramos, ya solo cabe esperar la muerte, que no está precisamente de vacaciones. Los jubilados no son una carga. Tienen una misión que cumplir, porque todavía son útiles. Además del honroso rol de abuelos, los tiempos que vivimos le otorgan y añaden el papel de vicarios de tutores y casi una nueva faceta del servicio doméstico, en las idas y venidas de los colegios. Pero todavía hay muchas cosas bellas en el mundo, como la música o la lectura, a las que ahora, siempre habrá un espacio aunque sea pequeño, para dedicarles. Por tanto, que cunda el ejemplo del veterano de las paralelas, y se tome como una luz que señale el camino a toda la gente, que jubilada de su trabajo quiera sentirse dispuesta a colaborar con los demás en esa aventura apasionante y maravillosa que es la vida.
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