19 febrero 2007

Sigamos creciendo con nuestros hijos: Matrimonio y crecimiento

La familia es el huerto donde se siembra la vida, se cultiva el corazón y se cosecha el amor.
Llegamos a la cima de nuestro crecimiento como seres humanos no cuando somos grandes en tamaño o en conocimiento intelectual, sino cuando alcanzamos la madurez plena, aquella que se hace evidente cuando nuestra vida y nuestras obras son testimonio de la grandeza de nuestra alma. Alcanzamos la cumbre cuando, gracias ante todo a las experiencias duras que superamos con éxito, nos llenamos de la sabiduría y la madurez necesarias para conquistar grandes alturas, desde donde podemos contemplar una panorámica infinitamente más amplia del sentido de nuestra existencia.
El matrimonio es un estado que puede ser un aporte ideal a ese crecimiento. Es una institución cuya función es permitirnos contar con una pareja con quien podamos colaborarnos mutuamente en el difícil proceso de crecer como personas y desarrollar al máximo todo lo que nos hace más humanos. Por algo los escaladores siempre van en pareja. Aunque contar con un acompañante puede implicar hacer esfuerzos adicionales por quien camina a nuestro lado, el apoyo de una pareja suele ser esencial para trepar las pendientes más empinadas y llegar a la cima de nuestra evolución personal.
Así, la idea de que el matrimonio es un estado gracias al cual viviremos felices y unidos a un cónyuge cuya función es complacernos y mantenernos en un dichoso idilio, es tan errada como imposible. Como parte del proceso de vivir y de crecer, el matrimonio no es sólo un conjunto de vivencias divertidas, sino ante todo una suma de situaciones y momentos compartidos, algunos amables y otros dolorosos, gracias a la cual podemos vivir muchas de las experiencias más satisfactorias, enriquecedoras y grandiosas de nuestra existencia.
Sin embargo, debido a que el camino de la vida es a veces escabroso y tiene grandes altibajos, cuando atravesamos una crisis matrimonial es fácil pensar que nuestra pareja ha fallado porque no gozamos de la felicidad esperada. Así, con la intención de evitar estos tramos arduos y el sufrimiento que los acompaña, los cuales son inevitables para continuar el ascenso, hay muchas personas que optan por buscar rumbos más fáciles. Motivadas por la posibilidad de encontrar una nueva relación que les prometa las delicias que ya no les brinda la cotidianidad de su vida marital, deciden terminar su matrimonio convencidas de que tienen "derecho a ser felices".
Si bien es cierto que los caminos cuesta abajo son más fáciles, no nos llevan muy lejos. Por el contrario, los trayectos difíciles son ideales para llenarnos del valor y las virtudes que nos impulsen en el camino de ascenso. La felicidad no tiene nada que ver con la ausencia de crisis o penas y nada más inútil que buscarla fuera de nosotros mismos, esperando alcanzarla el día en el que todo sea perfecto, sin conflictos, ni crisis, ni problemas. Pero la felicidad no es un "derecho" sino ante todo una conquista, que se logra como resultado de vivir haciendo lo posible por dar lo mejor de uno mismo a quienes nos rodean, comenzando por nuestro cónyuge y nuestros hijos; es decir, amándolos con generosidad y dedicación en las buenas y en las malas. Terminar con el matrimonio por ir en busca de experiencias más gratificantes no sólo deja a nuestra pareja sola y sobrecargada, sino que puede privar a nuestros hijos del apoyo que les es vital en el proceso de construirse y desarrollar la fortaleza necesaria para triunfar en su propia travesía.
Recordemos que aun cuando la felicidad es algo diferente para cada persona, es el resultado de una vida vivida en honor a la verdad y en armonía con los principios que rigen la existencia humana. Es el producto directo de las buenas obras que sembremos, de las satisfacciones que cosechemos y de las cimas que conquistemos en nuestro paso por este mundo. Y pocos logros pueden aportar recompensas más plenas y felices que brindarles a los hijos un hogar unido, que les permita crecer sanos y les sirva de punto de partida para hacer de su vida y de sus obras un testimonio vivo de nuestro amor.
Ángela Marulanda Gómez, colombiana, es educadora familiar, conferencista y consultora en temas relacionados con la formación de los hijos. Madre de cuatro hijos y con estudios de sociología, es escritora y columnista del prestigioso diario colombiano "El Tiempo", además de colaboradora de publicaciones latinoamericanas y sitios web. Entre sus otros libros destacan "Soy adolescente, ¡por favor entiéndanme!" y "Creciendo con nuestros hijos".
Fuente: todobebe.com

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